No a la disciplina de los premios – parte 1
A muchos padres les resulta difícil ejercer su autoridad paterna, no solo al establecer límites en cosas significativas y valiosas, sino también en cosas ‘pequeñas’ en la conducción diaria del hogar. Estos padres se preguntan: “¿Qué debemos hacer para que los niños nos escuchen?”, “¿Cómo conseguimos que un niño cumpla con nuestra petición de hacer acción determinada o evitar otra?”
Hay una supuesta “herramienta útil” y la tentación de usarla es muy grande: los premios: prometerle al niño que si hace nuestra voluntad ganará un premio, y si no se lo pierde, por ejemplo: “Si cenas entonces te daremos dulces, “Si recoges los juguetes te dejaré jugar en la computadora, y si no, no te dejaré” y cosas por el estilo. ¡Y parece que es un milagro! Antes, la madre le pidió al niño tres veces que cenara y no recibió respuesta… y ahora, cuando le prometió un premio, el niño se acercó voluntariamente a la comida. ¿Y qué pasará la próxima vez? Mamá o papá no necesitan pedir nada. Solo colocan el premio a la vista u otra condición que les vino a la mente de antemano, como base para la solicitud.
Entonces parecería que los pedidos se cumplen. ¿Hay algo mejor que eso? Pero lo que ha desaparecido de los ojos de los padres es que en el uso del condicionamiento se pierde… la autoridad de los padres. El mensaje que el niño recibe indirectamente es este: “Mi querido niño, mi declaración y mi pedido no tienen valor. No espero que hagas nada porque te lo haya pedido. La recompensa que te prometo o la amenaza que amenazo si no haces lo que digo, son los que conducirán a la acción y la realización”.
El mismo proceso ocurre cuando una madre se acostumbra a decirle al niño: “Si no haces esto o aquello, se lo diré a tu papá”. Sin darse cuenta, la madre le transmite al niño este mensaje: “Mi declaración, la de mamá, no tiene ningún valor ni importancia. No espero que hagas nada porque te lo pedí, pero papá, que es grande y fuerte, él te va motivar a que lo hagas”. Sin darse cuenta, la madre renunció a su autoridad.
No a los cálculos
La elección de los padres de utilizar las condiciones en lugar de la autoridad como un medio para motivar a su hijo a actuar de la manera en que los padres desean, no es más que designar a otro “educador” a su cargo. El padre supuestamente está diciendo: “De ahora en adelante, yo no estoy a cargo del oficio de la educación. Las promesas y amenazas son los educadores”.
El niño oye, lo internaliza y empieza a hacer cálculos y llevar cuentas: “¿Debo hacer lo que mamá o papá me pidieron o no? Me prometieron un dulce, pero tal vez pueda pedir dos dulces… ¿El niño se convierte en un astuto “comerciante” que negocia con sus padres?
Un padre que utiliza con frecuencia un sistema de premios y recompensas para respaldar su declaración y estabilizar su estatus, le transmite a su hijo: “A mí no me tomes en serio. al premio, sí”.
Es importante enfatizar: también hay lugar para premios y obsequios para los niños, pero su entrega debe hacerse con discernimiento, de la manera correcta: ¿Quieres regalar a un niño un premio? Excelente, dáselo, y la entrega va acompañada de la declaración de que la recompensa o el regalo se le da a él porque es tu hijo y tú lo amas… La recompensa o el regalo no debe estar ligado a la conciencia del niño de que es para que haga o no haga algo.
A veces, el padre reconoce una dificultad especial en el niño en un campo en particular, y quiere usar premios de incentivo y similares para motivar al niño a realizar acciones positivas. No hay nada de malo en ello, pero cabe señalar que los premios se utilizan efectivamente como una herramienta de aliento y no se convierten en el único factor que determina y crea la autoridad misma de los padres. Se recomienda usarlos solo de vez en cuando, para incrementar cosas que requieran refuerzo, pero no como un hábito para activar al niño y motivarlo a realizar acciones básicas.