Ask The Rabbi

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categoría:  Dilemas educativos

¿Qué debemos aprender de la muerte?

Nombre del rabino: Rabino Jaim Frim

Estamos viviendo una época donde la muerte de tantas personas se está volviendo moneda corriente. Además de tratar de superarlo y ayudar a los que sufren, ¿qué debemos aprender de todo esto?

Además de celebrar la elevación del alma de un ser queri­do y expresar nuestro propio dolor, el duelo tiene otro obje­tivo: la muerte es también una oportunidad de examinar nues­tras propias vidas y evaluar cómo estamos cumpliendo nues­tra misión divina. Como escribe Maimónides, un deudo debe estar “ansioso y preocupado y evaluar su conducta y arre­pentirse”. 1

Entonces, recordar el alma de un ser querido es la ocasión más apropiada para contemplar nuestra propia alma. Todos sabemos qué difícil puede ser evaluar el propio comporta­miento, y a menudo no nos vemos obligados a hacerlo hasta que muere un amigo o un miembro de la familia. En ese mo­mento, recordamos las cosas que hizo durante su vida, cómo trató a su familia y amigos, cómo se esforzó por ayudar a los extraños. Lamentablemente, suele ser el golpe de una muerte lo que nos sacude de nuestra complacencia y nos hace reconsiderar nuestras propias prioridades.

En razón de que el verdadero lazo entre un padre y un hijo, o un marido y una mujer, es espiritual, se mantiene in­tacto y fuerte después de la muerte. El duelo también ayuda a retener este lazo, pues el alma de una persona que ha partido, eterna e intacta, vigila a la gente con la que tuvo intimidad. Cada acto de bondad le da un gran placer y satisfacción, especialmente cuando esos actos se realizan del modo que ella enseñó, ya por su instrucción, ya por su ejemplo.

El alma del que ha partido es plenamente consciente de lo que está sucediendo con los amigos y parientes que ha dejado atrás. El alma se preocupa cuando ellos sienten excesivo dolor o depresión, y se regocija cuando superan el dolor inicial y siguen construyendo sus vidas e inspiran a quienes los rodean.

No hay modo de reemplazar a un ser querido que se ha ido, pues cada persona es un mundo completo. Pero hay un modo de ayudar a llenar parcialmente el vacío. Cuando la familia y amigos suplementan sus buenas acciones habituales con actos virtuosos extra en nombre del que se ha ido, están continuando el trabajo de su alma. Al realizar estos actos en memoria de un ser querido, podemos construir realmente Un memorial viviente.

¿Dónde encuentra uno esta energía extra, especialmente mientras estamos experimentando el dolor por la muerte misma? Así como el cuerpo busca en una reserva de vigor cuando lo están atacando, el alma es capaz de darse fuerza extra durante momentos muy traumáticos, una fuerza cuya misma existencia podemos haber ignorado.

¿Qué lección debemos sacar de todo esto, de esta reconsideración del modo en que miramos a la muerte? ¿Qué consecuencias hay para quienes habitamos una realidad definida por nuestros cinco sentidos y las leyes de la naturaleza, una realidad en la que la vida física inevitablemente se rinde a una muerte física?

Para quienes siguen mirando sólo la capa más externa de la vida, el componente físico circunscripto por el cuerpo humano, la muerte realmente parece ser el fin de la vida. Pero debemos aprender a ver dentro de esta capa externa y encontrar el alma humana, nuestra conexión con Di-s y la eternidad.

En lo profundo de nuestros corazones, todos conocemos esta conexión. Cualquier persona con cerebro que contemple el sistema solar, por ejemplo, o las complejidades de un átomo, debe llegar a la conclusión de que nuestro universo no resulto de algún accidente fortuito. Y que no está compuesto meramente de materia física; cada fibra de ser está cargada de energía. Dondequiera que nos volvemos, vemos un designio y un propósito: la marca de nuestro Creador. De ahí se seguiría, en consecuencia, que cada ser humano también tiene un propósito, como lo tiene cada hecho que sucede en nuestras vidas.

De modo que hasta la muerte tienen un propósito en nuestras vidas; hasta la muerte se vuelve una herramienta para llevar una vida más significativa; y hasta la muerte es otra forma de energía.

Pero después de decirlo y hacerlo todo, la muerte sigue siendo una experiencia incomprensible y devastadora para los que quedamos atrás. Después de todas las racionalizaciones, todas las explicaciones, el corazón sigue llorando. Y debe llorar.

Cuando los amigos o parientes están llorando a un ser querido, no tratemos de explicar; sencillamente estemos allí con ellos, calmándolos y consolándolos, y llorando a su lado. No hay nada que podamos decir en realidad, pues no impor­ta cómo lo intentemos, debemos aceptar que a menudo no comprendemos los caminos misteriosos de Di-s.

1 Ibid., 13:12

Fuentes