El único modo de unir cuerpo y alma es reconocer que Di-s está mucho más alto que nuestras limitadas personas, es mucho más grande que cuerpo y alma juntos. Esto exige un grado de humildad, pues la persona tiende a ser autocomplaciente por naturaleza. El alma, en razón de su naturaleza trascendente, puede elevarse por encima del egoísmo con más facilidad que el cuerpo, y puede disciplinar al cuerpo, mediante el estudio y la acción, a reconocer su verdadera misión Sólo entonces puede el cuerpo alzarse a su verdadera importancia: cuando sirve como vehículo para el alma en lugar de actuar bajo su propio impulso, movido por sus propias necesidades. Podemos análogamente experimentar “arrogancia espiritual” al aislarnos y descuidar el cuerpo y sus necesidades. Pero el ascetismo no es una opción. Di-s nos dio un cuerpo para refinarlo y elevarlo, para unirse al alma en su viaje.
Una herramienta importante para enfrentar el conflicto entre cuerpo y alma consiste en permitir que el alma anhele, que se remonte hacia lo sublime. ¿Qué significa esto en términos prácticos? Reconocer siempre que no somos totalmente materiales. Sí, tenemos que comer y dormir y pagar las cuentas, pero no es por eso que estamos aquí; estamos aquí para sacar a luz lo mejor de nuestra alma, y para refinar el cuerpo. Pero en razón del elemento físico de nuestro cuerpo, corremos el riesgo cierto de quedar empantanados en el lodo del materialismo. Hay una cierta tristeza en eso, que hace llorar al alma. De ahí que debamos escuchar cuando el alma pide un alimento mejor que el que se le está dando; escuchemos la voz interior que expresa duda y tristeza cuando nos hundimos exclusivamente en cuestiones materiales. Confiemos en nuestras voces.
Pero incluso mientras el alma anhela trascender, debe embeber el cuerpo y las necesidades materiales. Como nos enseñan los Sabios: “Corre como una gacela… para hacer la voluntad de tu Padre en el cielo”. El alma debe correr, debe anhelar, pero debe correr como la gacela, que, aun en plena carrera “vuelve la cabeza al sitio desde donde corre”. Así también nuestra ansia de trascendencia siempre debe tener un ojo puesto en la realidad material de la que estamos huyendo, con la conciencia de que el objetivo de toda huida a los cielos es un regreso a la tierra.
Una vez que reconocemos el alma, debemos empezar a aprender cómo funciona. Advertimos que el alma viene de un sitio espiritual más grande, y que está tratando de introducir Divinidad en nuestra vida. Aprendemos que el alma es lo que nos conduce hacia una vida plena de sentido, y para alimentarla debemos estudiar y familiarizarnos con la sabiduría de Di-s. La plegaria es la escalera emocional que nos conecta desde abajo; la plegaria, no el materialismo, nos da un hogar real, un sitio dentro del cuerpo donde el alma puede hallar paz y perspectiva. Es por eso que es importante rezar al comienzo del día, para poner nuestro mundo material cotidiano en la debida perspectiva.
Por último, el cuerpo y el alma convergen al realizar actos virtuosos. No basta con alentar el alma y educarla; debemos hacer real al alma poniéndola en sociedad con el cuerpo. Socorrer a un vecino necesitado, escuchar a un extraño en problemas, ayudar a proveer de comida y ropa a alguien que no puede pagarlos. Estos actos se vuelven más que simples buenas acciones; se vuelven el alimento vital del alma, y un medio de poner el cuerpo físico al servicio espiritual apropiado. Cuando el alma es alimentada con conciencia, generosidad y una conducta refinada, emerge plenamente en nuestras vidas con el calor y la intensidad de una llama real, alzando al cuerpo consigo.