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categoría:  Dilemas educativos

Antagonismo entre ciencia y religión

Nombre del rabino: Rabino Jaim Frim

¿Por qué tanto antagonismo entre ciencia y religión?

¿Por qué tanto antagonismo entre ciencia y religión?

Existe un error muy difundido respecto a que el antagonis­mo entre ciencia y religión es el resultado del asombrosa­mente rápido avance de la ciencia en el siglo XX. Los hechos demuestran otra cosa.

Desde los albores de la historia el hombre ha formulado la exposición razonada de la Creación a través de dos filosofías esencialmente opuestas. Por un lado tenemos la visión espiri­tual, que propone un mundo creado por D-s y dirigido por Su Providencia – un mundo con propósitos y responsabilidad. Por el otro existe una visión naturalista que sostiene que solo el azar y la casualidad desempeñan un papel en la realidad, y niega la existencia de factores espirituales que no pueden ser analizados o medidos físicamente. La filosofía material con­sidera que toda existencia y acción es regida por una ley na­tural, eterna, sin rastros de un plan o propósito intencional. La naturaleza se transforma casi en un equivalente de ”ley”, una necesidad abstracta y trascendental que no tiene principio ni fin, pero que ocupa todo el universo existente. Parece obvio que el hombre nunca podrá probar o refutar la validez de este punto de vista. Eso está actualmente fuera del alcance de la ciencia y, sin embargo, ¡constituye la base sobre la que ella se fundamenta!

Cuando hablamos de una contradicción entre ciencia y Torá, nos referimos al hecho de que la información que nos da esta última se contradice con la científica respecto al mismo fenómeno. La creencia de que la ciencia es diametralmente opuesta a la religión se origina en la suposición de que las conclusiones científicas son objetiva y totalmente válidas. Nuestras Escrituras contienen varias categorías de proposi­ciones. Restringiremos este tema a los enunciados referentes a la realidad física que, de acuerdo a la tradición, deben ser entendidas, por un lado, literalmente y, por el otro, como una comunicación divina. Los consideramos verdaderos aún cuando parecen estar en desacuerdo con nuestra experiencia y no los podemos entender. Nuestro propósito es, pues, investigar la validez de la ciencia.

A veces se sostiene que en una era de ciencia y tecnología la Torá es como un órgano atrofiado – un resto de las genera­ciones pretéritas. Esta opinión arrogante es considerada obso­leta en la actualidad. Se origina en la filosofía del siglo XIX. Embriagados por los logros de la ciencia inductiva y experi­mental (definida, en primera instancia, por Francis Bacon), los científicos reconocieron el potencial de la ciencia para transformar la voluntad y el conocimiento en fuerza. La gente, que hace unos cien años atrás abandonó la religión, buscaba un sustituto adecuado con el mismo poder y autoridad, y la ciencia fue una alternativa obvia. Esto se explica, en parte, por la rigidez y el dogmatismo de la ciencia del siglo XIX y por los sistemas filosóficos imperantes, como el positi­vismo y el empirismo lógico. En esencia este último sostenía que toda proposición que no podía ser verificada o refutada por los métodos científicos no tenía sentido.

Aún a pesar de episodios como el del esfuerzo de Hoeckel por aislar el alma humana pesándola, cristalizándola o des­tilándola, hubo alguien como Ludvwig Wittgenstein, quien di­jo: “Sentimos que aun cuando todos los interrogantes cien­tíficos fueran contestados, nuestros más profundos proble­mas permanecerían intactos”. Naturalmente, sostenía que los asuntos principales eran la moral, la ética y la estética.  Los problemas de este tipo no se incluyen en el ámbito del conocimiento científico y rechazan el tratamiento cuantitativo.  Los temas más importantes de la vida -los relativos a las finalidades y los valores – están fuera del campo de la ciencia. Esta, por su propia naturaleza, permanece indiferente frente a ellos. De las leyes naturales no se pueden obtener valores. Ellas, no nos pueden enseñar qué es bueno y que es malo. Nosotros hacemos espadas con las rejas de arado o todo lo contrario utilizando procesos técnicos semejantes. Sólo el hombre es capaz de proteger el derecho de un embrión a nacer o hacerlo abortar en razón de consideraciones revolucionarias como las reservas alimenticias o la convivencia social.

Fuentes