Cada uno tiene un trabajo que hacer en este mundo; cada uno tiene algo que reparar, que rescatar dentro de este universo en que vivimos. Si fuéramos perfectos seríamos ángeles, máquinas, robots, o animales sin capacidad de reconocer a su Creador. El primer paso para la transformación de uno mismo, es aceptar que todo lo que consideramos bueno o malo, dentro o fuera de nosotros, (también en otras personas), es sólo el instrumento que Dios nos da para trabajar en este mundo. Si lo vemos de esta forma, podremos comprender que no hay nada malo, sino que tan sólo hay distintos grados de dificultad de comprensión. “Yo no elijo el instrumento”. A medida que aprendemos a utilizar el instrumento, éste se va transformando en una herramienta para traer luz, para ayudar a los demás. Esa es la primera revelación que debemos hacer para transformar y revelar la alef/א que está dentro de cada uno de nosotros. El resto no es más que técnica; es reconocer que Dios es todo y que todo lo que existe es Dios. Hay un dicho de Jasidim que dice que, cuando uno se cae del caballo puede hacer dos cosas: una, es sentarse y ponerse a llorar porque se cayó del caballo; y la otra es pararse y volver a subir al caballo para continuar el camino. Cuando el jinete se sube al caballo y sigue camino, inmediatamente olvida que se cayó. En general, cuando sufrimos y hacemos sufrir al prójimo, es debido a la falta de experiencia en el manejo del instrumento. Nosotros somos el instrumento. Anotamos como ejemplo, aquel aprendiz al que le cuesta recibir la palabra del maestro. El maestro debe explicarle cada uno de los detalles de la tarea, y explicarle también el arte del manejo del instrumento. A parte del arte, el maestro tiene que saber explicar todo adecuadamente para que el alumno pueda entenderlo. Pero normalmente, el alumno no tiene paciencia. Llega, agarra las herramientas y se pone a hacer cosas, y dependiendo de qué instrumento y de qué arte estemos hablando, puede hacer cosas más o menos peligrosas. Y sirva como ejemplo también, el niño que en su inmadurez no reconoce la existencia de cosas que pueden dañarlo y que pueden dañar a los demás, porque no reconoce la importancia de las cosas y elige de acuerdo a su placer y capricho momentáneo. Así somos las personas que todavía no hemos terminado de refinar nuestro ser. Lo primero que se empieza a entender cuando se toma conciencia, es justamente que uno no sabe nada. La mejor manera de aprender es tomar conciencia de que no manejamos la situación, de que no somos dueños de la sabiduría de Dios. Esa es la mejor forma para poder recibir. En el aprendizaje hay cosas dolorosas para unos y beneficiosas para otros.
Somos un alma dentro de un cuerpo; somos seres humanos. Existe el alma que es parte de Dios en lo alto. El alma que es enviada aquí, viene en contra de su voluntad y cuando se inviste en un cuerpo, se transforma de inmediato en un deudor. ¿Por qué? Porque es enviada a hacer un trabajo. Dios preguntó a las almas de Israel si el mundo tenía que ser creado. La pregunta no fue tan sólo para recabar la conformidad de ellas sino porque tenían que bajar aquí, y participar en la creación. En el momento en que ellas estuvieron de acuerdo con la creación del mundo, fueron obligadas a realizar esa tarea. Cuando el alma llega al cuerpo sabe que no tiene el 100% de los instrumentos para realizar la tarea que tiene encomendada, y por aquello que tiene que hacer y no puede llevar a cabo, queda también en deuda. Esto se podría comparar con aquellas personas que deben dinero. En ocasiones, el dinero que adeudan es superior al que pueden devolver; por lo tanto, se trasforman en deudores. En ese caso, hay dos posibilidades: uno dice, – “tomo la mitad del dinero para devolver”; otro dice – “para qué voy a devolverlo si no voy a poder satisfacer a todos los acreedores”. Esta opción no corresponde a una forma correcta de actuar. Lo correcto es dirigirse a los acreedores y decirles – “tengo esto, mi voluntad es pagar pero ahora no puedo. Les propongo ir pagando poco a poco con lo que tenga”. Si ese acreedor es una persona de jésed, una persona correcta, aceptará, e incluso puede que se le responda – “dame lo que puedas y el resto te lo perdono”. O quizás otro acreedor podría decir – “no me des nada, sé que no puedes; sé que tienes la intención sincera y yo acepto que no me pagues para que puedas pagarle a otro.”
Cuando hacemos el balance de todo el año en el mes de Elul, después de hacer jeshbon nefesh y ver lo que hay en nuestro interior, sabemos que estamos en deuda, y nuestra deuda es superior a la capacidad que tenemos para devolver.