Una clase de Torá es un pequeño ejemplo de una “escuela de profetas”: purificar nuestros pensamientos, estudiar la Torá y conectar con los conocimientos profundos que vienen de los sabios. Es una Ieshivá, aunque en forma revelada no se dice que están preparando a la persona para que sea un profeta. En la época del Templo y anteriores, los profetas no eran personas que de repente surgían de un lugar, o se les ocurrían cosas y empezaban a hablar, sino que eran personas que vivían en ambientes dedicados a la Torá; generalmente, vivían entre sabios; sus padres, mentores o maestros, también eran profetas. Todos los profetas tenían a su alrededor alumnos a los que no solamente enseñaban porque, educar no es simplemente transmitir información, sino que procuraban conseguir que el alumno aprendiera cómo pensar, que tuviera buenos sentimientos, que hiciera buenas acciones y que todo lo que hubiere en el inconsciente de él, no fuera un estorbo para que la palabra de HaKadosh Baruj Hu se le revelara de la forma correcta. Éste es en principio de una escuela de profetas.
No hacía falta un instituto ni una Ieshivá; quizás los jóvenes iban a la casa de un profeta para estudiar y desarrollarse, según las posibilidades con las que HaKadosh Baruj Hu los hubiera dotado a cada uno de ellos. Podían llegar a ser ungidos como profetas por su maestro anterior, y podían surgir como nuevos profetas para llevar la palabra de Dios. Sin embargo, no todos los estudiantes que entraban en estas escuelas, salían profetas; tan sólo alcanzaban a serlo unas cuantas decenas de acuerdo con las Escrituras.
El maestro de música debe de enseñar a la persona cómo unificarse con el instrumento. El instrumento no puede ser quien determine cómo se interactuará con la música; deberá ser el músico quien se libere del instrumento para ser parte del instrumento mismo; entonces, la música surgirá desde el interior del artista.