La Emuná existe en cada persona y persona. Lo que tenemos que hacer es despertar a la persona. Por eso hablamos en el primer capítulo sobre la piedra. En donde más encontramos la vitalidad divina, es en las cosas más mundanas y materiales. Vemos el poder infinito divino en tanto vemos que una cosa es más material, ya que si todos los sabios del mundo (y así cuenta el Talmud) se juntaran, no podrían crear ni tan siquiera el ala de una mosca. En cambio, vemos que Dios trae la vitalidad del mundo constantemente, en cada momento y momento.
Pero lo más importante, es que la Emuná que debemos tener, es fundamental porque deriva de dos palabras, de Omá, de leamen. Uno tiene que practicar constantemente la Emuná al igual que hace una persona que estudia un instrumento o practica alguna actividad física. Esa práctica se convierte en algo diario mucho más fácil de hacer por medio de la repetición, a través de hacerlo y hacerlo. Esto es lo que está en la Emuna de leamen, pues por practicarla constantemente, nos va a llevar a ver en el mundo las diferentes cosas que antes no veíamos.
Y también la Emuná tiene algo particular. La Emuná es como el horizonte, que por más que viajemos hacia él, siempre permanece en la lejanía.
Mientras más nos elevemos en conceptos y más entendamos los escritos que hablan sobre temas tan profundos, más grande será nuestra Emuná, porque realmente iremos aumentando nuestro conocimiento de la grandeza divina.